
Dios creó al hombre y a la mujer con la capacidad de procrear la vida, a través de la sexualidad, como parte del pacto matrimonial hecho por Dios entre un hombre y una mujer, sellado ante Dios y los hombres: “Y Dios procedió a crear al hombre a su imagen, a la imagen de Dios lo creó; macho y hembra los creó. Además, los bendijo Dios y les dijo Dios: “Sean fructíferos y háganse muchos y llenen la tierra y sojúzguenla, y tengan en sujeción los peces del mar y las criaturas voladoras de los cielos y toda criatura viviente que se mueve sobre la tierra”” (Génesis 1:27,28). Cuando Dios unió a la primera pareja, Adán y Eva, al pedirles que tuvieran hijos, tuvieron que tener relaciones sexuales. Así, el fruto prohibido, mencionado en Génesis 2:17, no representaba las relaciones sexuales debidamente autorizadas por Dios, en el marco del matrimonio entre un hombre y una mujer.
La Biblia describe la sexualidad con mucha franqueza y a la vez delicadeza. Describe la primera etapa de la seducción entre un hombre y una mujer. Por ejemplo, cuando Dios le presentó a Eva a su esposo Adán, ante tanta belleza, pronunció un poema para definirla: “Entonces dijo el hombre: “Esto por fin es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Esta será llamada Mujer, porque del hombre fue tomada esta »” (Génesis 2:23). Los versículos 24 y 25 definen la ley del matrimonio entre un hombre y una mujer como una relación sagrada, y la más íntima en la relación humana: “Por eso el hombre dejará a su padre y a su madre, y tiene que adherirse a su esposa, y tienen que llegar a ser una sola carne. Y ambos continuaban desnudos, el hombre y su esposa, y sin embargo no se avergonzaban” (Génesis 2:24,25).
El libro de: Cantar de los Cantares, describe el amor preliminar, antes del matrimonio, entre un joven pastor enamorado de la Sulamita, al mismo tiempo, ella, enamorado de él. Aquel amor preliminar puede ser sellado por un compromiso que representa una promesa de matrimonio, pero que no permite las relaciones sexuales. He aquí parte del diálogo poético y romántico entre la Sulamita y su esposo pastor: “Una negra soy, pero grata a la vista, oh hijas de Jerusalén, como las tiendas de Quedar y, no obstante, como las telas de tienda de Salomón. No me miren porque soy morena, porque el sol ha alcanzado a verme. Los hijos de mi propia madre se encolerizaron conmigo; me nombraron guardiana de las viñas, aunque mi viña, una que era mía, no guardé. ”Infórmame, sí, oh tú a quien ha amado mi alma, dónde pastoreas, dónde haces que se eche el rebaño al mediodía. Pues, ¿por qué debo llegar a ser yo como mujer envuelta en luto entre los hatos de tus socios?”. “Si no lo sabes por ti misma, oh hermosísima entre las mujeres, sal a andar tú misma en las huellas del rebaño y pace tus cabritos junto a los tabernáculos de los pastores.” “A una yegua mía en los carros de Faraón te he comparado, oh compañera mía. Gratas a la vista son tus mejillas entre las trenzas, tu cuello en una sarta de cuentas. Adornos circulares de oro haremos para ti, junto con tachones de plata.” “Mientras el rey está a su mesa redonda, mi propio nardo ha difundido su fragancia. Como bolsita de mirra es para mí mi amado; entre mis pechos pasará él la noche. Como ramillete de alheña es para mí mi amado, entre las viñas de En-guedí.” “¡Mira! Eres hermosa, oh compañera mía. ¡Mira! Eres hermosa. Tus ojos son [de] palomas.” “¡Mira! Eres hermoso, mi amado, también agradable. Nuestro diván es también uno de follaje. Las vigas de nuestra magnífica casa son cedros; nuestros cabrios, enebros” (El Cantar de los Cantares 1:5-17).
El Cantar de los Cantares, es una excelente descripción de este amor preliminar que sumerge al hombre y a la mujer en una forma de éxtasis que no pueden imaginar que no sea eterno. Evidentemente, esta relación evoluciona, se solidifica con el noviazgo, a través de una mayor complicidad, una amistad, que desean, por la fuerza del amor mutuo, materializarse a través del pacto permanente del matrimonio.
Una vez casados, Jehová Dios, el Creador del matrimonio, permite que se regocijen juntos: “Bebe agua de tu propia cisterna, y chorrillos que salgan de en medio de tu propio pozo. ¿Deben esparcirse afuera tus manantiales, tus corrientes de agua en las plazas públicas mismas? Resulten ser para ti solo, y no para los extraños contigo. Resulte bendita tu fuente de aguas, y regocíjate con la esposa de tu juventud, una amable cierva y una encantadora cabra montesa. Que sus propios pechos te embriaguen a todo tiempo. Con su amor estés en un éxtasis constantemente” (Proverbios 5:15-19).
El apóstol Pablo, exhortaba a los matrimonios que desean proteger su matrimonio, a no privarse de esta intimidad, siempre de común acuerdo: “No obstante, a causa de la ocurrencia común de la fornicación, que cada hombre tenga su propia esposa y que cada mujer tenga su propio esposo. Que el esposo dé a su esposa lo que le es debido; pero que la esposa haga lo mismo también a su esposo. La esposa no ejerce autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposo; así mismo, también, el esposo no ejerce autoridad sobre su propio cuerpo, sino su esposa. No se priven de ello el uno al otro, a no ser de común acuerdo por un tiempo señalado, para que dediquen tiempo a la oración y vuelvan a juntarse, para que no siga tentándolos Satanás por su falta de regulación en sí mismos” (1 Corintios 7:2-5). Este texto muestra que la sexualidad en una pareja casada, imbuida de amor, comprensión, comunicación, puede resultar ser una fuente de protección respecto a la permanencia del pacto matrimonial (en particular para aquel o aquella que tenga falta de autodominio).
Sin embargo, es obvio que la sexualidad es solo un condimento de toda la relación entre el hombre y la mujer. Aun así, el apóstol Pablo resumió lo que debe ser esta relación equilibrada general entre un hombre y una mujer en el matrimonio: “Estén en sujeción los unos a los otros en temor de Cristo. Que las esposas estén en sujeción a sus esposos como al Señor, porque el esposo es cabeza de su esposa como el Cristo también es cabeza de la congregación, siendo él salvador de este cuerpo. De hecho, como la congregación está en sujeción al Cristo, así también lo estén las esposas a sus esposos en todo. Esposos, continúen amando a sus esposas, tal como el Cristo también amó a la congregación y se entregó por ella, para santificarla, limpiándola con el baño de agua por medio de la palabra, para presentarse él a sí mismo la congregación en su esplendor, sin que tenga mancha, ni arruga, ni ninguna de tales cosas, sino que sea santa y sin tacha. De esta manera los esposos deben estar amando a sus esposas como a sus propios cuerpos. El que ama a su esposa, a sí mismo se ama, porque nadie jamás ha odiado a su propia carne; antes bien, la alimenta y la acaricia, como también el Cristo hace con la congregación, porque somos miembros de su cuerpo. “Por esta razón el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos llegarán a ser una sola carne.” Este secreto sagrado es grande. Ahora bien, yo estoy hablando tocante a Cristo y la congregación. Sin embargo, también, que cada uno de ustedes individualmente ame a su esposa tal como se ama a sí mismo; por otra parte, la esposa debe tenerle profundo respeto a su esposo” (Efesios 5:21-33).
Que se abstengan de la fornicación
(Hechos 15)
La fornicación incluye el adulterio, las relaciones sexuales fuera del matrimonio (hombre/mujer), la homosexualidad masculina y femenina, la bestialidad y todas las formas de prácticas sexuales perversas: “¡Qué! ¿No saben que los injustos no heredarán el reino de Dios? No se extravíen. Ni fornicadores, ni idólatras, ni adúlteros, ni hombres que se tienen para propósitos contranaturales, ni hombres que se acuestan con hombres, ni ladrones, ni personas dominadas por la avidez, ni borrachos, ni injuriadores, ni los que practican extorsión heredarán el reino de Dios” (1 Corintios 6:9,10). “Que el matrimonio sea honorable entre todos, y el lecho conyugal sea sin contaminación, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros” (Hebreos 13:4).
La ley mosaica es muy detallada en cuanto a lo que Jehová Dios considera prácticas sexuales inaceptables. Podemos considerar que la lectura del capítulo 18 de Levítico, nos da un panorama bastante completo del asunto. Desde los versículos 6 al 18, está la lista de las relaciones sexuales consideradas incestuosas. Por cierto, la ley contra el incesto era una protección de los niños contra la pedofilia que, lamentablemente, está muy extendida, incluso dentro de las familias, pero también en las redes delictivas organizadas, ya sea en los países occidentales o incluso en torno a ciertos destinos « turísticos ». El Rey Jesucristo castigará con la mayor severidad a los malhechores que se aprovechan de los niños indefensos, en la gran tribulación que se acerca (Apocalipsis 19:11-21). Además, la ley sobre el incesto protegía al pueblo de Israel contra los matrimonios consanguíneos que podrían dar lugar a la procreación de niños con discapacidades genéticas, como ceguera, sordera, retraso mental y muchas otras discapacidades hereditarias, una disfunción genética en la concepción o durante la gestación de la madre…
El versículo 19 prohíbe las relaciones sexuales durante el período de la mujer. El versículo 22 condena las relaciones homosexuales. El 23 condena la bestialidad. En ese mismo versículo, Jehová Dios agrega: “Es una violación de lo que es natural” (Levítico 18:23b). Esta breve frase resume muy bien todas las formas de prácticas sexuales desviadas: son una « violación de lo que es natural » (que los esposos y esposas, ejerzan el buen discernimiento porque Dios juzgará aun lo que se hace en la mayor intimidad (Hebreos 13:4) « Que el matrimonio sea honorable entre todos, y el lecho conyugal sea sin contaminación, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros”). Y para aquellos que tratarían de justificarse diciendo “ya no estamos bajo la ley”: aquellos diferentes aspectos de la moralidad sexual son permanentes, porque lo que Jehová consideraba detestable bajo la Ley, lo sigue considerando como tal. Jehová Dios no ha cambiado y no cambia, su manera de pensar es estable en el tiempo, más aún bajo la ley actual de Cristo que representa lo que constituye la sustancia de la Ley. Esto es lo que está escrito en Malaquías 3:6: « Porque yo soy Jehová; no he cambiado ».
La Biblia condena la poligamia, cada hombre en esta situación, que quiere agradar a Dios, debe regularizar su situación al quedarse únicamente con su primera esposa, con quien se casó (“esposo de una sola mujer” (1 Timoteo 3:2)). La práctica de la masturbación es prohibida: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo que están sobre la tierra en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría” (Colosenses 3:5).
No se puede abarcar, en este estudio bíblico, todas las situaciones que la Biblia condena. El cristiano que ha alcanzado la madurez cristiana junto con un buen conocimiento de los principios bíblicos, sabrá hacer la diferencia entre lo « bueno » y lo « malo », incluso si no está específicamente escrito en la Biblia: “Pero el alimento sólido pertenece a personas maduras, a los que mediante el uso tienen sus facultades perceptivas entrenadas para distinguir tanto lo correcto como lo incorrecto” (Hebreos 5:14).
Lo que Jesucristo piensa sobre el divorcio y el nuevo matrimonio
(Mateo 19:3-9)
« Y se le acercaron unos fariseos, resueltos a tentarlo, y dijeron: “¿Es lícito para un hombre divorciarse de su esposa por toda suerte de motivo?”. En respuesta, él dijo: “¿No leyeron que el que los creó desde el principio los hizo macho y hembra y dijo: ‘Por esto el hombre dejará a su padre y a su madre y se adherirá a su esposa, y los dos serán una sola carne’? De modo que ya no son dos, sino una sola carne. Por lo tanto, lo que Dios ha unido bajo un yugo, no lo separe ningún hombre”. Ellos le dijeron: “Entonces, ¿por qué prescribió Moisés dar un certificado de despedida y divorciarse de ella?”. Él les dijo: “Moisés, en vista de la dureza del corazón de ustedes, les hizo la concesión de que se divorciaran de sus esposas, pero tal no ha sido el caso desde el principio. Yo les digo que cualquiera que se divorcie de su esposa, a no ser por motivo de fornicación, y se case con otra, comete adulterio” » (Mateo 19:3-9).
Por lo tanto, el divorcio y el nuevo matrimonio solo se permiten por motivos de fornicación, es decir, prácticas sexuales que la Biblia condena, como el adulterio, la homosexualidad y otras prácticas perversas. Lo que rompe los lazos matrimoniales son la muerte del cónyuge y la fornicación, generalmente el adulterio. Por supuesto, en caso de adulterio, el divorcio no es automático. El cónyuge ofendido puede perdonar. En este caso, con acuerdo mutuo, se puede reanudar la vida conyugal. Si fuese el caso, el cónyuge previamente ofendido no podría volver bíblicamente sobre su decisión (en caso contrario, de no haber otro hallazgo de adulterio, no podría volver a casarse). Si hubiese otra vez, una ofensa reincidente con un hallazgo de adulterio, y esta vez el cónyuge agraviado no perdonara, podría divorciarse y volver a casarse. Para los que harían el cálculo perverso de recurrir al adulterio, o a la manipulación para exponer a su cónyuge al adulterio, para usar la expresión de Cristo (por medio de la huelga de sexo sin motivo alguno, para exponer al adulterio, al cónyuge en situación de necesidad), con el objetivo de romper los lazos sagrados del matrimonio, y luego contando con la misericordia de Dios para ser perdonados, se extraviarían: « Que el matrimonio sea honorable entre todos, y el lecho conyugal sea sin contaminación, porque Dios juzgará a los fornicadores y a los adúlteros » (Hebreos 13:4).
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Las enseñanzas básicas de la Biblia (Hebreos 6:1-3)
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Lista (en inglés) de más de setenta idiomas, con seis artículos bíblicos importantes, escritos en cada uno de aquellos idiomas.
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